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viernes, 28 de febrero de 2014

Feudalismo siglo XXI

Cuentos y más
El principio feudal de la edad media, dejó de ser territorial y se convirtió en personal, el feudo era una especie de contrato entre “el señor y sus vasallos”, actualmente, pareciera que el feudalismo se transforma en una relación entre gobernantes y gobernados, hoy, el gobierno se lo atribuye todo y todo lo ve, todo lo examina, todo lo prevé y con el tremendo enjambre de empleados en sus diferentes jerarquías, parece no considerar al ciudadano capaz de conocer sus intereses ni de cuidar por sí mismo, los principios básicos del feudalismo giran de la misma manera, quienes ascienden al poder por medio de los partidos políticos, se transforman en señores feudales
del siglo XXI.
En la edad media, el feudo era un contrato entre el señor y sus vasallos, un feudo era una propiedad, normalmente de tierras, ganadas a cambio de un servicio militar. Los principios básicos del feudalismo giran en torno al señor feudal y sus vasallos, ellos juran lealtad al señor que obtiene el feudo y él, tiene la última palabra sobre todas las cosas, el vasallo está obligado al aporte financiero, a cambio, el señor está obligado a respetar y proteger al vasallo, se comprende entonces que el orden feudal reposa en el principio de la desigualdad de clases y al parecer las cosas no han cambiado mucho pues, actualmente, mientras la nobleza, entiéndase como aparato de
gobierno, posee privilegios, no tienen más deberes que aquellos a los que se ha sometido libremente. 
Lo más terrible son las atrocidades que cometen cuando pretenden corregir los delitos, tal vez las medidas resulten más crueles que la esclavitud, no recapacitan que el origen del problema es la educación, pero como la educación la dirige el gobierno, pareciera que somos niños en la escuela y niños en el estado viviendo una vida automática o dependiente, de tal suerte que la nulidad a que nos reducen, resulta
una utopía la batalla por la libertad, la facultad del pensamiento por la que nos conocemos y distinguimos los seres humanos, del resto de las especies vivas se reduce a su mínima expresión, convirtiéndonos en máquinas que obedecen al impulso que reciben.
Declaramos que tenemos inteligencia, esa facultad de recibir las impresiones de los sentidos, comprendemos y combinamos los actos que satisfacen nuestras necesidades, en cambio, en la edad media, los colonos libres y los siervos carecían de casi todos los derechos, además
de estar obligados a innumerables cargas tributarias, un trato como el que damos hoy en día a los animales superiores como el perro, caballo, elefante y aún el mono que poseen inteligencia en el grado del niño antes que principie a hablar, solo faltaría obligarlos a pagar un tributo.
El poder de elevarse de lo concreto a lo abstracto, comprender la naturaleza de las cosas, someterse a la causa que las produce, estudiarse a sí mismo contemplando lo creado es la razón que nos hace distintos, y esa razón a la que me refiero es el patrimonio de los seres
humanos, que gracias a esa cualidad es que se puede ver lo real y lo ideal, es decir, el hecho en sí y la causa que lo produce, entonces, gracias a esa facultad conocida como razón y evolucionada en este tiempo es que no quedamos atrapados como en la edad media, cuando los principios de uno y otro derecho se confundían en la persona del señor y por eso suele decirse que, durante el período feudal, no existía organización estatal en sentido estricto.
Por fortuna en este siglo ya podemos definir cada una de nuestras facultades de manera científica, comprendemos lo que es la
inteligencia y el actuar con rectitud y valor, como si por arte de magia desapareciera una especie de interferencia en la vista, la claridad de las imágenes invita a conducirnos con la prudencia necesaria en cada uno de los problemas a resolver de la vida ordinaria, resulta entonces que ya podemos pensar en la filantropía que tanto requieren las personas de nuestro entorno.
Sin embargo, sigue pendiente el problema del feudalismo, como si se tratara de una enfermedad, se diseñan textos sobre leyes y reglamentos que coinciden siempre en la búsqueda del bien común y sin embargo siempre resulta contradictorio, recordemos que en la edad media, el señor feudal era el encargado de dar seguridad al vasallo, como parte de su propiedad, el gobernante actual pareciera un
señor feudal con muchos vasallos que durante considerable tiempo vivieron “felices” unos y otros pero, llegó el día en que el señor feudal moderno perdió la brújula y se puso un traje de “salvador” que no le sienta nada bien.
Existe un descontento a nivel mundial porque los señores feudales de este siglo se colocan muy lejos de sus vasallos, impunemente se “otorgan” sumas millonarias como salario y el principio de igualdad se
pierde en el laberinto de la ambición, ejercitando de manera aristocrática la información de “sus” ambiciones pequeñas y grandes, olvidando por sistema a sus vasallos, que de acuerdo a los postulados de la “democracia” se supone que los vasallos eligen a esos señores feudales que en el “sistema” pierden la filosofía del bien común.

Quizás una reflexión de 60 segundos sea suficiente, y podamos descubrir que los señores feudales del siglo XXI en realidad son empleados de los vasallos modernos y que su trabajo será evaluado cada vez o tantas veces como sea necesario, con un manejo de “contratación” acorde a resultados y rendición de cuentas como principio de evolución real de los seres humanos del siglo XXI, que finalmente encontrarán la tan deseada felicidad.

lunes, 17 de octubre de 2011

Aladino y la Lámpara


Uno de los grandes cuentos clásicos, que se ha encargado de promover la fantasía de las soluciones mágicas que todos experimentamos, inclusive a una edad avanzada, puede ser que ese sea el éxito de los juegos de azar.

El argumento de este cuento se basa en la necesidad de obtener un beneficio sin recurrir al trabajo, o tal vez debo decir con el principio del menor esfuerzo, lo cual no deja de ser muy atractivo.

Atribuir poderes a un objeto en el que por medio de palabras, actitudes o acciones como la de este cuento, donde solo se tiene que frotar una lámpara de aceite antigua y aparece el personaje que va a resolvernos el deseo, es una falacia.

Obtener un beneficio sin esfuerzo, abriríamos la puerta del tedio, no imagino vivir el resto de la vida sin hacer esfuerzo alguno y obtener todo lo deseado.

Desde luego que ese es el objetivo de los cuentos, hacer que la imaginación haga su trabajo y entregue resultados maravillosos, pero debemos admitir que son solo cuentos o historias que cumplen una función específica.

Esa y otras historias parecidas, primero trata de inducir el asunto fantasioso para despertar la curiosidad, porque sabemos que la curiosidad es el motor fundamental para que las cosas evolucionen.

Habiendo curiosidad, la imaginación se alimenta y el resultado siempre será el encuentro de herramientas y medios que hacen realidad lo imaginable por imposible que parezca.

Este cuento de Aladino y su lámpara maravillosa expone la debilidad de la avaricia como motor principal de lo que se busca y vuelvo a mencionar que la efectividad esta cimentada en el la ley del menor esfuerzo.

Cuando aparece el genio de la lámpara ofrece resolver de inmediato la petición, por difícil que resulte, pero también exige algo, tal vez no a cambio, pero sí una promesa, que se formule muy bien la petición porque solo cuenta con tres solicitudes.

En todos los cuentos, resulta fundamental resolver todo con la ley del menor esfuerzo encuentra un obstáculo a superar antes de conseguir el deseo.

De esta forma el argumento nos entrega el conflicto, y ese conflicto es el medio adecuado para que el objetivo del cuento, muestre lo que calificaremos como el mensaje a comprender, es lo que valorará el trabajo, en la realización o desistimiento de la solicitud.

Cualquier semejanza con los conflictos de la vida diaria va a ser mera coincidencia, la mecánica de la vida funciona solicitando alimento cada tres horas por lo menos, y se hace necesario resolver el mismo conflicto en ese tiempo.

Imaginemos por un momento que en este instante estamos naciendo, estamos llegando a este mundo con todas las agravantes que ello conlleva, y se sabe que nuestro primer impulso es llorar porque sentimos algo que después etiquetaremos como hambre.

El que ha nacido tiene hambre, no sabemos como o porqué, pero intuimos que tiene hambre y en cuanto recibe alimento deja de llorar.

A las siguientes tres horas más volverá a llorar, lo que indica que debe recibir una segunda dosis de alimento y así hasta el último día de vida.

De manera que debe trabajar todo el tiempo en resolver su problema de alimento, es decir, su problema económico, esto demuestra que nunca los problemas se resolverán para siempre, entonces, comprender lo que Aladino desea, la lámpara solo le entrega resultados efímeros.

Nada puede ser eterno, habremos de luchar siempre y en todo momento, con tal de conseguir la realización de nuestros sueños y al día siguiente, volver a empezar.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El príncipe y el mendigo

Este cuento del príncipe y el mendigo es uno de mis favoritos, cuantas veces he soñado, que se repitiera en el momento actual, cuando parece que muchos gobernantes en el mudo debían cambiar por lo menos durante 24 horas su vida cotidiana.

La historia del príncipe y el mendigo refiere que se trata de dos personajes similares en apariencia, y que por accidente al cambiar de ropas, las circunstancias les colocan en sitios inversos y de ese incidente se desprende la historia.

Un viejo dicho popular indica que: más pierde el pobre cuando enriquece, que el rico cuando empobrece.
Este dicho ajusta a la perfección con el cuento, porque el verdadero príncipe se ve obligado por las circunstancias a conocer la verdadera forma de vivir del pueblo, con las carencias y sufrimientos que deben sufrir para sobrevivir.

Durante mucho tiempo insistió en demostrar que él era el príncipe y contaba lo ocurrido, pero claro está que nadie creía semejante historia, de manera que terminó por aceptar que nunca alguien le creería y adoptó con heroísmo su nueva vida.

Los conflictos sociales de la época hacen que el verdadero príncipe se vea obligado a participar como soldado del reino en una batalla que al final resulta una derrota estrepitosa.

Como la educación recibida por su padre y sus maestros le permite abrirse paso hasta llegar al general que tiene el mando del ejército, este lo escucha porque le pareció interesante lo que decía, le indicaba al general que la estrategia debía ser distinta y la describe.

El general le pregunta porque supone que la estrategia debe cambiar y el le contesta: Así lo haría mi padre el Rey, porque así lo aprendí de él.

En ese momento se descubre el cuello del príncipe y el general observa que en el cuello están unas líneas marcadas que el ahora general vio cuando nació el hijo del Rey.

Hasta entonces aceptó lo que el soldado le decía cuando solicitaba que le creyera su historia, en ese momento el general aceptó que se trataba del príncipe.

El general implementa la sugerencia del joven príncipe y resultaron triunfadores en esa batalla, por desgracia el Rey ya no la pudo disfrutar pues murió esa misma noche.

El príncipe recobró su identidad gracias al general y se restablecieron las identidades de él y del mendigo, pero el príncipe reconoció que de no haber ocurrido lo relatado, nunca se hubiera enterado de la realidad de su pueblo.

Fue coronado como Rey, por el general y la historia refiere un final feliz, es por eso que en párrafos arriba hablé de los gobernantes actuales, si se atrevieran a dejar en casa la investidura por lo menos 24 horas, comprenderían las cosas que no están haciendo bien.

Cuando tenemos la oportunidad de vivir las altas y bajas de un estatus social, es cuando mejor aprendemos la lección, creo que sería una buena práctica de este ejercicio por quienes pierden el piso, cuando consiguen un puesto de importancia en cualquier nivel.

Vale la pena ser o parecer por lo menos 24 horas un príncipe o un mendigo.