sábado, 24 de septiembre de 2011

El pastor citadino

En un mercado ambulante se encontraba un niño de unos seis o siete años cuidando un rebaño de ovejas, su padre pretendía comercializar a los animales en un mercado ambulante de la gran ciudad, como se acostumbra en algunos lugares.
Me acerqué un poco más para conocer al niño, la intención era saber lo que pensaba al estar cuidando al rebaño, al verme pensó que le compraría alguno de los animalitos y señalando a cada uno de ellos le fijaba un precio determinado.
Luego fue acercando a cada uno de los animalitos y mostraba las características que él consideraba servirían para convencerme que se encontraban en perfecto estado de salud y que alimentándolos adecuadamente se convertirían en un excelente banquete.
El niño no me permitía hacer la pregunta base por la que me acerqué a el, era tal su entusiasmo de comerciante que hubo momentos en que involuntariamente traté de sacar la cartera para hacer la compra.
Me detenía, claro está, la incertidumbre sobre que hacer con el animalito, no conozco lo relacionado a la ganadería y mucho menos con la tablajería.
Le pregunté la causa por la cual se mantenía muy atento con los animales, me parecía que su cuidado era excesivo y me contesta que estaba rodeado de lobos el corral de los animalitos y que si se le llegaba a extraviar alguno su padre lo castigaría.
Intempestivamente me dice: Cuidado señor, detrás de usted se encuentra un lobo muy grande, pero no se asuste, yo me encargaré de espantarlo para que le haga daño.
Debo admitir que no me atreví a investigar como era el lobo, el factor sorpresa fue impactante y solo obedecí la indicación del niño sin condición alguna.
Sin mayor comentario, en el siguiente instante me dice: No se preocupe señor, el lobo se ha retirado, el peligro ya no existe, ahora sí, dígame cual de los animalitos le gusta.
Coloca frente a mí dos de ellos, los que consideró más apropiados para que aceptara a uno de ellos y sin dar tiempo a decir que no trataba de comprar, tomé la cartera y le entregué el monto de la compra.
No recuerdo que cosas más me dijo, y lo único que se me ocurrió fue decirle: Cuida tu a ese animalito, te lo obsequio, el será el primer ejemplar de la ganadería que fundas a partir de este momento.
Sin decir más me alejé algunos metros de manera que no me descubriera y tratar de entender lo que había vivido instantes atrás, el impacto fue mayúsculo cuando volví la vista hacia otro lado y al tratar de ver al niño, ya no estaba.
Lo curioso es que tampoco estaba el corral de las ovejas y permanecí por algunos minutos tratando de asimilar lo ocurrido, revisé mi cartera y en efecto, faltaba la cantidad que pagué y la verdad no se que fue lo que pasó.
Hasta la fecha conservo ese recuerdo y lo he colocado en la lista de mis obras buenas para dar una explicación a lo sucedido.