Este
cuento de la ratita presumida aunque no ofrece una gran cantidad de eventos, sí
presenta una de las reflexiones más interesantes, de acuerdo al comportamiento
humano en el que siempre estamos renegando de la suerte que nos ha tocado
vivir.
La
ratita dicen se encuentra una moneda de oro, eso le provoca una gran indecisión
para elegir que comprar con ella, después de muchas dudas decide comprar una
cinta o listón de color rojo y lucirlo en su cola.
Ese
pequeño detalle le hace aparecer muy atractiva, de tal suerte que se le acercan
distintos pretendientes de distintas especies y la piden en matrimonio.
Ella va
rechazando a cada uno: un gallo, un perro, un cerdo y finalmente un gato blanco
aplica una de sus mejores armas, la sensualidad en su manera de hablar y la
convence.
El
cuento no describe lo sucedido después del matrimonio, pero lo más seguro es
que el final no haya sido muy feliz para la ratita, si tomamos en cuenta la
diferencia de especie.
El gran
mensaje de este cuento me hace recordar a una persona que con distintos
artificios logra llegar hasta Dios y le reclama que le ha entregado una cruz
muy pesada y dolorosa.
Con la
paciencia y amor que un padre prodiga a su hijo, le sugiere que entre al
almacén de las cruces, que busque la que le acomode, no importa el tiempo que
se tome en decidir.
Esa
persona ingresa al almacén de cruces, y es tal el número de ejemplares que
primero trata de ver de manera general el almacén, sin atinar por donde
comenzar.
Después
de un tiempo razonable inicia el recorrido de dicho almacén y se prueba una y
otra de las cruces que allí se encuentran, y a cada una de ellas le encuentra
un defecto.
Horas
más tarde se percata que solo ha recorrido una mínima parte del recinto y se ha
probado no menos de unas cien cruces de distintos materiales y nada,
simplemente ninguna le satisface.
Decide
entonces aplicar una estrategia distinta y ahora solo camina frente a las
cruces sin probarse ninguna y la fila de ellas parece interminable, así que
busca un sitio apropiado para descansar y desde ese lugar recorre la bodega con
la vista tratando de buscar la cruz que le acomode.
Como si
de momento le dominara el cansancio, cierra los ojos y entre sueños percibe una
luz muy pequeña a lo lejos, abre los ojos y en efecto, casi en el fondo de la
bodega de cruces aparece una luz muy pequeña y débil.
Sin
pensarlo más, se dirige a toda prisa hacia esa luz y corriendo con cierta
velocidad llega hasta ella, efectivamente, se trata de una cruz que le llama
mucho la atención, la toma con sus manos y la coloca sobre el hombro derecho.
De
inmediato siente que se ajusta a su cuerpo, no le lastima y la siente muy
ligera, de inmediato se dirige a la salida y le dice a Dios: Ya encontré una
cruz que me ajusta a la perfección, ¿Me la puedo llevar?
Desde
luego, le responde, solo te pido que la cuides muy bien, que siempre esté
limpia, pura y sin mancha y así la conserves hasta que regreses a este lugar.
Una vez
hecha la promesa, se retira con alegría y solo se escucha: No sabe que es la
misma cruz que se le otorgó desde el principio, ninguna otra le ajustaría, así,
como el destino de la ratita presumida ya todo estaba previsto.