Visitando a un amigo entrañable que hacía
tiempo no veía, quiso el manifestar la amistad que por tantos años habíamos
cultivado y casualmente ese día su perrita estaba preparada ya con el momento
del parto, es decir, debía dar a luz a sus cachorros.
Me invitó a quedarme en su casa con la
finalidad de que participara en el auxilio de la llegada de esos cachorritos,
que por meses preparaba el arribo, como si se tratara de seres humanos.
Accedí con gusto, pues en realidad nunca
había asistido a un evento de esta naturaleza, y hoy que se presentaba la
ocasión, no me la podía perder bajo ninguna circunstancia.
Nos dieron las diez y las once y las doce
de la noche, hasta que comenzó el milagro de la vida y comenzaron a aparecer en
escena uno a uno cinco nuevos habitantes en el planeta.
Nos acompañaba también uno de sus hijos
que igual que yo estaba totalmente asombrado de la maravilla que es ver nacer
una nueva vida, la experiencia de mi amigo en la recepción de los recién
llegados era muy profesional, sin ser él veterinario.
Esa noche casi la pasamos en vela
tratando de arropar a los recién llegados, uno de los perritos me pareció que
me miraba insistentemente, y no era que me viera sino que al escuchar mi voz
algo le llamaba la atención, mi voz le obligaba a tratar de voltear al origen
del sonido.
Por ese hecho mi amigo dijo: ese cachorro
es para ti, solo permite que lo amamante su madre y te lo llevo a tu casa y que
te acompañe y te avise cuando se acerque algún extraño.
La raza del cachorro no es de gran
tamaño, lo que permitió aceptar el regalo, unas cuantas semanas después, mi
amigo llegó con el cachorro y me lo entregó diciendo que su hijo le había bautizado como “jardinero” así que
ese es su nombre hasta la fecha.
A partir de ese día comencé a prepararme
como aprendiz de veterinario y cuidador de cachorros, actividad que nunca
imaginé en mi vida diaria.
En casa existe un pequeño jardín, tal vez
suficiente y jardinero comenzó a correr con alegría tal que aquello agregó un
valor a mi vida bastante satisfactorio, mis hijos ya grandes habían tomado su
rumbo hacía tiempo y mi soledad se cubrió a partir de ese momento.
Después de algunos días, la persona que
atendía el jardín de la casa me hizo ver que el cachorro había destruido
algunas plantas y flores, que lo mejor sería sujetarlo con una correa.
Así lo hice, pero en los días siguientes
observé que “jardinero” mostraba una tristeza que no puedo explicar, entonces
decidí que nuevamente debía estar libre y de inmediato su alegría regresó, lo
cual me obligó a decidir dejarlo libre por siempre.
A la mañana siguiente observo que
“jardinero” estaba bastante sucio, como si por la noche hubiera estado jugando
con tierra, ladraba con cierta desesperación, me condujo hasta su casita, había
colocado unas flores agrupadas como un arreglo floral, a su manera, me mostraba
las flores, accedí a sentarme junto a su
casa y se colocó en mis piernas como un niño cariñoso, como lo hacía el menor
de mis hijos cuando partió a buscar su destino.