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martes, 23 de agosto de 2011

Magia materna


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Es posible que se tratara del año 1944 cuando hablé con mi madre diciendo: Mamá, tengo hambre, solo se limitó a decir, ve a sentarte a la mesa y en seguida sirvo tu comida.

Tal vez esta escena pudiera ser normal o cotidiana en cualquier hogar donde todo se tiene, pero en casa y en ese tiempo nada había en la alacena, es más, ni alacena había.

Pasaron algunos minutos y nada sucedía, experimenté cierta angustia al pensar que nada sucedería, pues no se escuchaban ruidos normales en la cocina, quizás tampoco existían ruidos.

Recuerdo que la familia ya no era grande, pues mi padre había muerto unos años antes y esa fue la causa de la disgregación, solo quedamos mi hermana y yo con mi madre.

El resto de los miembros poco a poco fueron emigrando a lugares más adecuados con ofertas de trabajo y estudio.

Tal vez mi hambre aumentaba paulatinamente sin percibir que era la misma desde el principio, o pudiera ser que no es que aumentara sino que la misma soledad que se percibía era más fuerte a cada momento.

No se cuanto tiempo transcurrió pero la sorpresa fue grande cuando ingresó mi madre y aparece frente a mí un delicioso plato con frijoles.

Los olores que despedía ese plato parecían melodías nunca antes escuchadas, nunca antes percibidas, no recuerdo si me sentía en el cielo o en la tierra.

Con una cuchara comienzo a disfrutar de ese suculento platillo, con paciencia envidiable, tal vez lo que perseguía era que nunca se terminara ese fabuloso manjar.

A la fecha, después de tantos años, sigo tratando de descubrir como ejerció mi madre esa magia y apareció el plato de frijoles.

Será que me pude haber dormido durante la espera de los frijoles y soñé lo que les he contado, o en verdad se hizo realidad, no lo se, pero debo admitir que a la fecha parece que sigo saboreando ese maravilloso plato de frijoles.

Es posible que los años nos obligan a desechar todo vestigio de fantasía como si fuera una obligación olvidar todo aquello que vivimos durante loa años hermosos.